2011 / 03 / 01
Los economistas en ocasiones se pasan el tiempo dando vueltas en círculos re-descubriendo lo que en otros tiempos fueron verdades no disputadas. Así vemos que hasta se dan premios Noble a economistas pro decir verdades de cajón incluso incompletas. Me parece ilustrativo reproducir un párrafo de uno de los libros mencionados de Dambisa Moyo.
Una encarnación temprana [de la teoría del crecimiento] en la literatura económica comenzó con la idea de Harrod-Domar, que identificaba el crecimiento como una función únicamente de una variable: capital.
En 1956, Robert Solow, un profesor americano del Instituto de Tecnología de Massachusetts, construyó sobre este modelo de una sola variable demostrando que la fuerza laboral juega también un papel importante en el crecimiento. Por “su contribución a la teoría de crecimiento económico” se le otorgó el Premio Noble de Economía en 1987, y durante un tiempo el modelo de Solow, que veía el crecimiento determinado por el capital y la mano de obra, se mantuvo como la columna vertebral de la literatura sobre crecimiento macro-económico durante muchos años.
No obstante, debió de surgir con una cierta sorpresa, el que cuando se sometieron estas dos aparentemente lógicas explicaciones para el crecimiento a escrutinio empírico, sólo daban cuenta del 40% de la prosperidad económica del país. Había una componente perdida, y de hecho muy grande. Este factor hasta ahora no identificado, el 60%, se la ha dado en llamar factor total de productividad que incluye desde el desarrollo tecnológico hasta cualquier otra cosa no incluida en los términos capital y mano de obra, tal como cultura e instituciones.
También Reinert habla de este tercer factor haciendo especial énfasis en el desarrollo tecnológico que muchos países han conseguido mediante imitación de los países ya desarrollados, copiando sus productos y métodos (caso reciente de Japón, y luego China, cuyos primeros productos eran imitaciones baratas de productos producidos en países más desarrollados). A la influencia de los otros factores que Moyo menciona incluidos también en el término productividad, Reinert los incluye dentro del término sinergias: el funcionamiento coordinado y orientado en el mismo sentido de los distintos componentes de la sociedad, desde la educación, la administración de justicia, fiscal, etc., y la creación de empresas.
Ejemplos de falta de estas sinergias abundan en el caso de España y de Asturias, donde, por poner un caso particularmente grave, la educación tiene una vida independiente de las necesidades económicas o empresariales, y, de la misma manera, o por esa razón, la vida empresarial vive totalmente desligada del proceso educativo. Se producen titulados que no se necesitan, y se producen pocos de los que sí se necesitan, y estos pocos generalmente no reciben una educación del tipo que les permite contribuir de forma inmediata a las empresas. Por un lado la falta de personal adecuadamente formado, y por otro los riesgos que conlleva una legislación laboral que penaliza la rescisión de contratos de forma seria, desincentiva que los empresarios aborden proyectos arriesgados que implique la dependencia de personal altamente cualificado al que después es difícil de remplazar en el caso de que no responda de forma adecuada. Este fenómeno lo vemos en nuestro país donde si bien se han encontrado siempre empresarios dispuestos a invertir en proyectos donde solo haga falta mano de obra poco cualificada, escasean los proyectos de alta tecnología que dependen de la contratación de personal altamente cualificado.
Este es uno de los problemas serios de la economía de nuestro país, ya que impide desarrollar una ventaja competitiva clara, que sólo puede basarse en la innovación tecnológica. Prácticamente todos los países que en un momento dado de su historia han alcanzado un grado alto de desarrollo lo han hecho mediante la producción de una ventaja competitiva basada en la innovación.